miércoles, 2 de mayo de 2012

El Cielo ya está abierto y es gratuito





Muchas son las personas que, por su manera de vivir, de pensar y de sentir, (opuestas a lo que la Iglesia proclama como lo que lleva a la verdadera felicidad), se sienten marginadas, insultadas, rechazadas e incluso odiadas por los que formamos parte de ella.
Muchas son también, las que habiéndose llegado a sentir en un profundo sufrimiento del que no sabían como salir, al agarrar la fe católica, han encontrado ese Amor verdadero que les llena las ansias del corazón. Ya lo expresaba S. Agustín en sus Confesiones: «nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». Este hombre, al igual que muchos hoy día,  buscó la felicidad en todos los placeres de su época, carnales o culturales, pero tan sólo la halló al encontrarse con Dios mismo en su propia vida.

Siento, de veras, que la Iglesia suscite, en algunos, expresiones como: estar formada por demonios, pedófilos, pederastas, ladrones, fomentar el odio, tener una doble moral, ser una farisea, retrógrada…   pero sí, la verdad es que está formada por eso y por un largo etcétera, pues la Iglesia está formada por pecadores, sí, hombres y mujeres que reconocen que tienen debilidades y pecados, pero que, precisamente por estar en la Iglesia, saben que el único que puede sacarles del abismo, soledad y tristeza que eso les provoca, es Cristo. De hecho, Dios mismo hecho hombre, no vino al mundo a pasearse, sino que lo hizo con una única misión: Morir para dar la salvación a todos los hombres, ¡a todos!. Pero salvarles, ¿de qué?, pues de esos pecados: lo que nos impide ser felices plenamente.
El problema es que hoy en día ni se tiene conciencia de pecado, ni se aspira a ser más feliz que lo que nos otorga una satisfacción más o menos momentánea y que tarde o temprano pasa. No, eso no es la felicidad verdadera que nos regala Cristo, esta es para siempre.
Pecado, dicho de una manera sencilla, es todo aquello que conduce nuestro ser a un vacío y sinsentido que se traduce en malestar, inquietud, tristeza… esos vaivenes de sentimientos que le dan a uno de vez en cuando: ¿por qué hoy me siento tan mal, tan apenado en mi interior?, pues por eso, por la falta de reconciliación que nos borre los pecados. Pero ¿qué nos conduce a esa sensación? Algunos aún piensan que si no roban y no matan, pues que son buenos, no tienen pecados. Pero no, la realidad es más simple: ya sólo el hecho de hablar o pensar mal de otro, te conduce hacia el pecado, estás juzgando y, por lo tanto, no lo estás amando como es. Entonces, ¿qué es pecado?, pues yo diría que todo aquello que te aleja del Amor, ¿y no es Dios Amor?, pues sí, todo lo que nos separa del Amor de Dios nos lleva al pecado: a la muerte ontológica de nuestro ser que está hecho para amar.
Pero claro, como ya sabemos, la Iglesia está hecha de personas, no de ladrillos inertes, y éstas  son de carne y hueso, no de cemento, y es por ello, por lo que estas personas, como he dicho antes, se equivocan, toman actitudes y caminos erróneos, cometen muchas equivocaciones, pecan, al fin y al cabo.
Parte de esta Iglesia, que quizás ha malinterpretado el sentido profundo del Mensaje que proclama, pueda ser la que hace sentir a grupos de personas, violentados y odiados por ella, pues no lo niego, en la viña del Señor hay de todo. Pero esta postura no es la que la Iglesia defiende, ya que ella ama y respeta a todos, por la propia dignidad humana que cada ser humano posee que le hace único y diferente, a imagen de su Creador. La verdadera Iglesia, (no un grupo de personas), tan solo busca la felicidad, no quiere fomentar la homofobia, el odio, no busca el poder, las riquezas, la venganza o la discriminación, su meta no consiste en juzgar al que considera que está actuando en consecuencia del mal, ¿qué conseguiría con eso?.
La verdadera Iglesia católica respeta y ama a todos por igual. Cristo amó a todos, especialmente a los más necesitados, y por esto precisamente, la Iglesia sabe que hay personas muy necesitadas de socorro porque su vida se ha convertido en un infierno. Con esto no está queriendo decir que todos los que vivan separados de lo que es proclamado por el Magisterio de la Iglesia católica,  estén en un infierno. Pero sí es consciente de que hay muchas personas que  se levantan por la mañana sin ganas de vivir, sin un sentido que les empuje a seguir para adelante, ¿qué puede tener de malo que la Iglesia les diga a estas personas que pueden encontrar la felicidad plena, real y maravillosamente infinita?. La Iglesia no se dedica a ir anunciando el infierno y la condenación, pero, la verdad es que sí que existe el infierno (de hecho muchas personas ya viven en él), y es por ello por lo que Cristo vino al mundo: para mostrarnos el camino hacia el Cielo.
Dios nos juzgará a todos por nuestras obras, ¿y qué obras son estas?, las del Amor: en la medida en que amemos seremos juzgados. Porque sin amor no tengo nada, no soy nada, aunque tuviera plenitud de fe y repartiera todos mis bienes a los pobres. Y amar no es querer mucho a alguien (también se puede querer mucho a una mascota), el amor no es el afecto, cariño, placer o sexo que comparto con alguien, va mucho más allá de lo que en nuestras fuerzas podamos aceptar o hacer,  pues el amor todo lo cree, todo lo excusa, soporta todo y no tienen en cuenta el mal.
El Reino de Dios que Cristo proclama, no excluye a nadie, el Cielo ya está abierto  y es gratuito, para el que quiera, libremente, entrar en él.

Beatriz Montes Ferrer

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