24
de mayo
Al
nombrar a Vicente de Lerins se agolpa luego a la mente la historia del
semipelagianismo, que tanto dio que hacer a San Agustín, su gran
adversario. El primer chispazo semipelagiano se dio en el norte de Africa.
Con ocasión de la controversia pelagiana, el Obispo de Hipona había enseñado
que las acciones del hombre, sin excepción, dependen de Dios y, sobre
todo, que la perseverancia final es un don divino completamente gratuito.
Contra Pelagio había recalcado Agustín la intervención divina en cada
una de nuestras obras. A los monjes de Adrumeto, probablemente una fundación
monástica agustiniana, les pareció dura esta doctrina, porque no
acertaban a conciliarla con la libertad humana. Después de acaloradas e
infructuosas disputas en el convento, al fin se deciden a escribir a San
Agustín pidiéndole aclaraciones. El santo obispo atiende su demanda
escribiendo dos libros, uno Sobre la
gracia y la libertad y el otro Sobre
la corrección y la gracia. Al parecer, los monjes se tranquilizaron,
y nada más se volvió a oír de tales controversias en la Iglesia
africana.
Años
más tarde surge vigorosa de nuevo la doctrina semipelagiana en el sur de
las Galias. Un célebre abad del monasterio de San Víctor, en Marsella,
Casiano, en su Colación
decimotercera, sentaba el principio de que ciertos esfuerzos de la
voluntad humana preceden a la gracia y, consiguientemente, que el
principio de la fe depende del hombre. La perseverancia en el bien, decía
Casiano, no es una gracia especial de Dios, sino una recompensa que se
debe al justificado; la elección a la gloria depende de la perseverancia
en el bien y no de una libre disposición de Dios.
Próspero
de Aquitania e Hilario, dos laicos avisados en cuestiones teológicas, ponían
en conocimiento de su amigo Agustín las novedades del abad de San Víctor.
El santo Obispo de Hipona, sin pérdida de tiempo, contestaba con sus dos
tratados De la predestinación de
los santos y Del don de la
perseverancia. Sin rodeos San Agustín enseñaba que la perseverancia
final la concede Dios a los elegidos cual gracia máxima y singularísima.
La
santidad y prestigio de Casiano, padre del semipelagianismo, conquistaba
para sus errores la admiración y aplauso de los contemporáneos. Las
novedades del abad de San Víctor no tardaron en llegar al monasterio de
Lerins, emplazado en la isla del mismo nombre (hoy San Honorato), a no
mucha distancia de la moderna Cannes. En esta isla, inhospitalaria por la
plaga de animales venenosos, fundaba San Honorato de Arlés hacia el 410
un monasterio que había de hacerse célebre en el campo de la teología,
de la patrística y de la jerarquía eclesiástica. A él pertenecía
Vicente, sobre cuya vida conocemos muy poco, pues, excepción hecha del
historiador Genadio de Marsella, los contemporáneos guardan el silencio más
absoluto.
Sabemos
por Genadio que nació en el norte de Francia, que se ordenó de sacerdote
en el monasterio de la isla de Lerins, que fue un varón docto en el
conocimiento de la Sagrada Escritura e instruido en los dogmas de la
Iglesia. El mismo Vicente nos dice que el año 434 habitaba una quinta
apartada y que en ella vivía la retirada vida de un monasterio, lejos del
tumulto de las ciudades y de las muchedumbres, donde, sin grandes
distracciones, podía cumplir lo que se canta en los salmos: Vivid
en sosiego y ved que yo soy el Señor.
Sobre
el género de vida que hacía Vicente antes de su entrada en el
monasterio, Genadio calla. Unas pinceladas, en cambio, del mismo Vicente
en uno de sus libros, nos recuerda lo que debió ser su vida en los años
que precedieron a su ingreso en el monasterio. "Arrebatados en otro
tiempo —nos dice— por los tristes y encontrados torbellinos de la milicia
secular, hemos arribado al fin, con el favor de Cristo, al puerto de
la religión, siempre refugio fidelísimo para todos, en el cual,
ahuyentados los vientos de la vanidad y de la soberbia, aplacando a Dios
con el sacrificio de la humildad cristiana, lograremos evitar no solamente
los naufragios de la vida presente, sino también los incendios del siglo
venidero."
El
monje de Lerins nos habla aquí de una "milicia secular". ¿Es
que vistió el uniforme militar antes de ataviarse con el hábito de
monje? Así lo han pensado algunos autores interpretando literalmente la
milicia secular de que habla Vicente. Nada más fuera de sentido. Los
torbellinos de la milicia secular, contrapuestos francamente al puerto de
la religión, siempre refugio fidelísimo para todos, indica bien a las
claras que la expresión es metafórica. El monje de Lerins, recogiendo un
pensamiento del lenguaje ascético, quiere significar con ello la convulsión
tempestuosa de un mundo siempre agitado, al que singularmente pagó
tributo él en los años de su juventud. ldentificarlo con el prefecto homónimo
de las Galias del año 397 es también falso. La pluma de Genadio, tan pródiga
en encomios para el monje de Lerins, no hubiese omitido el mayor de los
elogios que de él pudiera hacerse antes de su ingreso en el convento.
Vicente,
junto con Honorato de Arlés y Salviano de Marsella, educó a Salonio y
Verano, hijos de Euquerio, futuro obispo de Lyón. Este célebre prelado
lionés le recuerda con elogio cuando, escribiendo a Salonio, decía de
Vicente que era "un varón santo y eminente en sabiduría y
elocuencia". El monje de Lerins es, efectivamente, un sabio. El
sorprendente manejo que en sus obras hace de la Escritura, la inteligencia
de los dogmas eclesiásticos y la formulación recta de los mismos, así
como el conocimiento vasto de la historia de la Iglesia que refleja en sus
escritos, son una prueba de ello. Si la formación intelectual del
lerinense era buena, su preparación humanística no era inferior. Cicerón,
Lucrecio, Salustio prestan al monje de Lerins su fórmula elegante y
galana para revestir pensamientos de alta teología. El estilo y lenguaje
de Vicente es el de los escritores distinguidos y sobresale por su
clasicismo entre los demás escritores galos del siglo V.
El
monasterio de Lerins era un centro monástico cargado de entusiasmo por la
ciencia, saturado de fervor teológico, foco luminoso de semipelagianismo,
que mantenía relaciones con los centros culturales más distinguidos de
la época. En él se habían formado Cesáreo de Arlés, Hilario, Euquerio
de Lyón, Salviano de Marsella, Fausto de Rietz y Vicente de Lerins, autor
este último el más afamado después de Casiano.
Cuando
Vicente vistió la túnica monástica, su convento y otros escritores de
la región de Marsella, acaudillados por Juan Casiano, habían entablado
una guerra sorda contra la doctrina de la gracia defendida por San Agustín
en su lucha con Pelagio. Dado el carácter fogoso del lerinense y su celo
por la ortodoxia, no pudo quedar al margen de la controversia. Sus grandes
cualidades de teólogo y escritor le hicieron primera figura y campeón
del semipelagianismo. Hacia el 410 escribió su primera obra titulada Objeciones,
que eran las dificultades que él oponía a la doctrina de San Agustín
sobre la gracia. Esta obra se ha perdido. Contra ella compuso Próspero de
Aquitania, amigo del Obispo de Hipona, sus Respuestas
de San Agustín a los capítulos de las objeciones vicentinas. Es una
contestación adecuada a las objeciones del lerinense. No tardó éste en
replicar. En 434 redactó su obra maestra bajo el seudónimo de Peregrino;
él mismo le da en el texto hasta cinco veces el nombre escueto de Conmonitorio.
Repetidas veces consigna que su libro va dirigido a "descubrir los
fraudes y evitar los lazos de los herejes recientes". Los herejes
modernos eran San Agustín y sus discípulos, y, por tanto, contra ellos
dirigía la obra. Vicente de Lerins admiraba la doctrina del Obispo de
Hipona sobre la Trinidad y Encarnación, pero rechazaba de plano sus enseñanzas
sobre la gracia. Para descubrir los fraudes de los herejes propone en el Conmonitorio,
cual punto de referencia, la Tradición. "Hay que procurar a todo
trance —nos dice— que todos nos atengamos a lo que en todas partes,
siempre y por todos se ha creído; porque esto es lo propio y
verdaderamente católico." Así es, en efecto. La doctrina de la
Tradición ha de preferirse a la autoridad de cualquier escritor, por
afamado que éste sea.
Pero
no se daba cuenta Vicente de Lerins que en este caso concreto el Obispo de
Hipona y sus discípulos representaban la Tradición contra los
semipelagianos del sur de las Galias. Así lo reconocía infaliblemente
Bonifacio II cuando, al aprobar las actas del sínodo de Orange del 529,
condenaba en 25 cánones las enseñanzas de pelagianos y semipelagianos y
daba la razón a San Agustín. El Obispo de Hipona, por tanto, no era ningún
hereje. En nuestros días nadie aceptaría tampoco el principio del monje
de Lerins, cual norma discriminadora de ortodoxia, sin antes poner al
margen muchas reservas.
El
Conmonitorio del lerinense es
uno de los libros que más historia ha dejado en pos de sí. Hoy pasan de
150, entre ediciones y traducciones a diversas lenguas. El olvido en que
le tuvieron los siglos medievales ha quedado resarcido por el recuerdo que
le ha dedicado la historia de la teología moderna. En los días
tormentosos de la Reforma el Conmonitorio
se convirtió en manzana de discordia. pues ambos contendientes, católicos
y protestantes, invocaban a su favor el canon de la Tradición propuesto
por el célebre monje de Lerins. No paró aquí su actividad de escritor.
Polemista por temperamento, compuso todavía un Florilegio
con textos agustinianos, trinitarios y cristológicos, en los que combatía
la doctrina de Nestorio.
La
obra del lerinense es benemérita en conjunto y, bajo ciertos aspectos, de
valor indiscutible. Su Conmonitorio
señala un hito en la historia de la Tradición, aunque le afee la
interpretación torcida que de ella hizo aplicándola contra San Agustín,
que representaba la verdad. El cardenal Noris ha expresado mejor que nadie
esta anomalía con una ingeniosa comparación: “A veces le sucedió en
esto —dice— lo que a los antiguos alquimistas, los cuales, aunque
vieron frustrados sus anhelos al buscar la quimera de la piedra filosofal,
nos legaron, sin embargo, la medicina con todos sus tesoros, mucho más
preciosos que el oro mismo."
El
hecho, por otra parte, de que el Conmonitorio
fuese un libelo difamatorio contra San Agustín arroja sobre el lerinense,
una oscura sombra, que quita brillo, ciertamente, a su actividad de
escritor, pero que no empaña en nada su vida moral ni su buen nombre de
monje fervoroso y santo. El lerinense defendía el semipelagianismo cuando
esta doctrina no había sido aún condenada por la Iglesia. Por eso, según
afirma Benedicto XIV, nada pierde San Vicente de Lerins por la defensa que
de ella hizo, pues escribía de buena fe. San Agustín mismo decía de los
semipelagianos que eran "hermanos y amigos que combaten juntamente
con nosotros por la fe católica contra la maldad pelagiana". El papa
Celestino los tenía por bien intencionados, aunque extraviados en el
camino de la verdad. Con razón celebra la Iglesia su fiesta el 24 de
mayo. La fecha precisa de su muerte no es posible determinarla. Genadio
nos dice que murió en el reinado de Teodorico II (408-450) y Valentiniano
III (425-455). Esta fecha, un tanto vaga e indeterminada, queda más
restringida por el testimonio de Euquerio de Lyón, que en 445 habla de
Vicente como de una persona que aún vive. Por lo mismo habríamos de
colocar su muerte entre los años 445-450.
Una
advertencia final. No imaginamos a nuestro Santo polemizando en sus
escritos con la Iglesia. Se ha hablado con sobrada razón del catolicísimo
Vicente de Lerins. En efecto, las páginas de sus libros están saturadas
de adhesión y amor a la Iglesia católica. Tanto es el entusiasmo que
siente por la Iglesia de Roma, que la palabra “católico" a secas
no le sirve y echa mano del superlativo. Aunque no lo afirme expresamente,
supone la autoridad doctrinal suprema del Papa y tal vez su infalibilidad;
al Romano Pontífice compete velar por la integridad del depósito de la
Revelación, y en las polémicas sobre el mismo, nos dice Vicente de
Lerins, tiene autoridad para decidir por sí solo. No podemos discutir
tampoco al Santo, porque, al fin y al cabo, en todas las páginas de su Conmonitorio
late un solo pensamiento: indagar lo que siente y cree la Iglesia católica.
URSICINO
DOMÍNGUEZ DEL VAL, O. S. A
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