“Las cenizas recuerdan dos caminos: el camino
de nuestra existencia, del polvo a la vida. Y el camino opuesto, que va de la
vida al polvo”.
Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano
Esta tarde, Francisco celebró desde la
Iglesia de San Anselmo en el Monte Aventino de Roma, la "liturgia de las
estaciones" seguida de la procesión penitencial hacia la basílica de Santa
Sabina, donde presidió la Santa Misa, con el rito de la bendición y la
imposición de las cenizas. El tiempo de Cuaresma, dijo es un tiempo de gracia,
para acoger la mirada amorosa de Dios sobre nosotros y, de esta manera, cambiar
nuestras vidas. Estamos en este mundo para caminar de las cenizas a la vida:
“La Cuaresma se empieza recibiendo las
cenizas: "Acuérdate que eres polvo, y al polvo volverás". El polvo en
nuestras cabezas nos devuelve a la tierra, afirmó el Papa, nos recuerda que
venimos de la tierra y que volveremos a la tierra. Somos débiles, frágiles,
mortales. A lo largo de siglos y milenios estamos de paso, frente a la
inmensidad de las galaxias y el espacio somos diminutos. Somos polvo en el
universo”.
Francisco nos pide que no convirtamos en
polvo la esperanza, no incineremos el sueño que Dios tiene sobre nosotros.
Porque Él puede convertir en gloria el polvo del mundo “descristianizado”
Somos el polvo amado por Dios, dijo el
Papa y recordó que el Señor ha amado recoger nuestro polvo en sus manos y
“soplar en ellas su aliento de vida”. Por eso somos polvo destinado a vivir
para siempre. Somos la tierra sobre la que Dios ha vertido su cielo, el polvo
que contiene sus sueños. Somos la esperanza de Dios, su tesoro, su gloria.
Las cenizas recuerdan dos caminos:
El camino de nuestra existencia, del
polvo a la vida. Y el camino opuesto: que va de la vida al polvo:Del polvo a la
vida, porque somos polvo, tierra, arcilla, pero si nos dejamos moldear por las
manos de Dios nos convertimos en una maravilla. Sin embargo, a menudo,
especialmente en las dificultades y la soledad, sólo vemos nuestro polvo. Pero
el Señor nos anima, dijo el Santo Padre, porque lo poco que somos tiene un
valor infinito ante sus ojos. Nacemos para ser amados, nacemos para ser hijos
de Dios.
La ceniza que recibimos en nuestras
cabezas sacude los pensamientos en nuestras mentes, dijo el Papa, y ante la
pregunta negativa que surge: “¿Para qué vivo?", el Papa dijo, si cada uno
de nosotros vive por las cosas del mundo que pasan, volvemos al polvo, negamos
aquello que Dios ha hecho en nosotros.
“Si vivo sólo para traer a casa un poco
de dinero y divertirme, para buscar un poco de prestigio, hacer una pequeña
carrera, vivo en el polvo. Si juzgo mal la vida sólo porque no se me da
suficiente consideración o no recibo de los demás lo que creo que merezco, sigo
todavía mirando el polvo. No estamos en el mundo para eso. Valemos mucho más,
vivimos para mucho más: para realizar el sueño de Dios, para amar”.
Somos ciudadanos del cielo y el amor a
Dios y el prójimo es nuestro pasaporte
Las cenizas se depositan en nuestras
cabezas para que el fuego del amor se encienda en nuestros corazones, dijo el
Pontífice, porque somos ciudadanos del cielo y el amor a Dios y al prójimo es
nuestro pasaporte al cielo. Los bienes terrenales que poseemos no nos servirán,
son polvo que se desvanecen, pero el amor que damos - en la familia, en el
trabajo, en la Iglesia, en el mundo - nos salvará, permanecerá para siempre.
“Las cenizas que recibimos nos recuerdan
un segundo camino, el camino opuesto, aquel que va de la vida al polvo. Miramos
a nuestro alrededor y vemos el polvo de la muerte”.
Vidas reducidas a cenizas, señaló el
Papa, escombros, destrucción, guerra. Vidas de pequeños inocentes no
bienvenidos, vidas de pobres rechazados, vidas de ancianos desechados. Seguimos
destruyéndonos, volviéndonos polvo. ¡Y cuánto polvo hay en nuestras
relaciones!, afirmó, miramos en nuestras casas, en nuestras familias, peleas,
incapacidad de apaciguar los conflictos. Es difícil para cada uno de nosotros,
señaló, pedir disculpas, perdonar, volver a empezar. Mientras, dijo, que
tan fácilmente reclamamos nuestros espacios y nuestros derechos.
“Hay mucho polvo que ensucia el amor y
destruye la vida. Incluso en la Iglesia, la casa de Dios, hemos permitido que
se asiente tanto polvo, el polvo de la mundanidad”.
Francisco pidió que no ahoguemos el
fuego de Dios con las cenizas de la hipocresía. El Señor pide hacer obras de
caridad, rezar y ayunar, sin fingir, sin dobles intenciones. Sin buscar la
aprobación de otros, sin impactar o satisfacer nuestro ego.
“¡Cuántas veces nos proclamamos
cristianos y en el corazón cedemos a las pasiones que nos hacen esclavos!
¡Cuántas veces predicamos una cosa y hacemos otra! ¡Cuántas veces nos mostramos
buenos por fuera y guardamos rencor por dentro! Cuánta dualidad hay en nuestros
corazones... Es polvo que ensucia, cenizas que sofocan el fuego del amor”.Para
limpiarnos del polvo depositado en nuestros corazones, Francisco dijo que hay
que dejarnos reconciliar con Dios. Porque la santidad no es tarea nuestra, es
gracia. Porque por nuestra cuenta no somos capaces de quitar el polvo que
ensucia nuestros corazones. Porque sólo Jesús, que conoce y ama nuestro
corazón, puede curarlo. La Cuaresma es un tiempo de curación.
Entonces,
debemos hacer dos pasos dijo el Papa: el primero, del polvo a la vida, ponernos
delante del Crucificado y repetir: "Jesús, tú me amas,
transfórmame...". Y después de haber aceptado su amor, después de
haber llorado delante de este amor, hacer el segundo paso, para no recaer de la
vida al polvo. Uno recibe el perdón de Dios, en la Confesión, porque allí el
fuego del amor de Dios consume las cenizas de nuestro pecado. El abrazo del
Padre en la Confesión nos renueva por dentro, limpia nuestros corazones.
Reconciliémonos para vivir como hijos amados, como pecadores perdonados, como
enfermos curados, como caminantes acompañados. Dejémonos amar para amar.
Dejémonos levantarnos, caminar hacia la meta, la Pascua. Tendremos la alegría
de descubrir que Dios nos resucita de nuestras cenizas. (Vatican News)
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