Francisco Fernández Carvajal
1. CONVERSIÓN Y PENITENCIA
-Fomentar la conversión del corazón, especialmente durante este
tiempo.
-Obras de penitencia: Confesión frecuente, mortificación,
limosna...
-La Cuaresma, un tiempo para acercarnos más al Señor.
I. Comienza la Cuaresma, tiempo de penitencia y de renovación interior para preparar la Pascua del Señor 1. La liturgia de la Iglesia nos invita sin cesar a purificar nuestra alma y a recomenzar de nuevo.
Dice el Señor Todopoderoso: Convertíos a mí de todo corazón: con
ayuno, con llanto, con luto. Rasgad los corazones, no las vestiduras,
convertíos al Señor Dios nuestro, porque es compasivo y misericordioso.
.. 2, leemos en la primera lectura de la Misa de hoy.
Y, en el momento de la imposición de la ceniza sobre nuestras cabezas, el
sacerdote nos recuerda las palabras del Génesis, después del pecado
original: Memento homo, quia pulvis es... Acuérdate, hombre, de que
eres polvo y en polvo te has de convertir 3.
Memento homo... Acuérdate... Y, sin
embargo, a veces olvidamos que sin el Señor no somos nada. «De la grandeza
del hombre no queda, sin Dios, más que este montoncito de polvo, en un plato, a
un extremo del altar, en este Miércoles de Ceniza, con el que la Iglesia nos
marca en la frente como con nuestra propia substancia» 4.
Quiere el Señor que nos despeguemos de las cosas de la tierra para
volvernos a El, y que dejemos el pecado, que envejece y mata, y retornemos a la
Fuente de la Vida y de la alegría: «Jesucristo mismo es la gracia más sublime
de toda la Cuaresma. Es El mismo quien se presenta ante nosotros en la
sencillez admirable del Evangelio» 5.
Volver el corazón a Dios, convertirnos, significa estar dispuestos
a poner todos los medios para vivir como El espera que vivamos, ser sinceros
con nosotros mismos, no intentar servir a dos señores 6, amar
a Dios con toda el alma y alejar de nuestra vida cualquier pecado deliberado. Y
eso, en medio de las circunstancias de trabajo, salud, familia, etc., propias
de cada cual.
Jesús busca en nosotros un corazón contrito, conocedor de sus
faltas y pecados y dispuesto a eliminarlos. Os acordaréis de vuestros
malos caminos, de vuestros días que no fueron buenos...'. El Señor
desea un dolor sincero de los pecados, que se manifestará ante todo en la
Confesión sacramental, y también en pequeñas obras de mortificación y
penitencia hechas por amor: «Convertirse quiere decir para nosotros buscar de
nuevo el perdón y la fuerza de Dios en el Sacramento de la reconciliación y así
volver a empezar siempre, avanzar cada día» 8.
Para fomentar nuestra contrición la Iglesia nos propone, en la
liturgia del día de hoy, el Salmo en que el Rey David expresó su
arrepentimiento, y con el que tantos santos han suplicado perdón al Señor.
También nos ayuda a nosotros en estos momentos de oración: Misericordia,
Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa, le
decimos a Jesús.
Lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi
culpa, tengo siempre presente mi pecado. Contra ti, contra ti solo pequé.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con
espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo
espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu
generoso. Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza.
El Señor nos atenderá si en el día de hoy le repetimos de corazón,
a modo de jaculatoria: Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame
por dentro con espíritu firme.
II. La verdadera conversión se manifiesta en la conducta. Los
deseos de mejorar se han de expresar en nuestro trabajo o estudio, en el
comportamiento con la familia, en las pequeñas mortificaciones ofrecidas al
Señor, que hacen más grata la convivencia a nuestro alrededor y más eficaz el
trabajo; y además en la preparación y cuidado de la Confesión frecuente.
El Señor también nos pide hoy una mortificación un poco más
especial, que ofrecemos con alegría: la abstinencia y el ayuno, que «fortifica
el espíritu, mortificando la carne y su sensualidad; eleva el alma a Dios;
abate la concupiscencia, dando fuerzas para vencer y amortiguar sus pasiones, y
dispone al corazón para que no busque otra cosa distinta de agradar a Dios en
todo» 9.
Durante la Cuaresma, nos pide la Iglesia esas muestras de
penitencia (la abstinencia de carne a partir de los 14 años, y el ayuno entre
los 18 y los 59 cumplidos), que nos acercan al Señor y dan al alma una especial
alegría; también, la limosna que, ofrecida con corazón misericordioso, desea
llevar un poco de consuelo al que está pasando una necesidad o contribuir según
nuestros medios en una obra apostólica para bien de las almas. «Todos los
cristianos pueden ejercitarse en la limosna, no sólo los ricos y
pudientes, sino incluso los de posición media y aun los pobres; de este modo,
quienes son desiguales por su capacidad de hacer limosna son semejantes en el
amor y afecto con que la hacen» 10.
El desprendimiento de lo material, la mortificación y la
abstinencia purifican nuestros pecados y nos ayudan a encontrar al Señor en nuestro
quehacer ordinario. Porque «quien a Dios busca queriendo continuar con sus
gustos, lo busca de noche y, de noche, no lo encontrará» 11. La
fuente de esta mortificación estará principalmente en la labor diaria: en el
orden, en la puntualidad al comenzar el trabajo, en la intensidad con que lo
realizamos, etcétera; en la convivencia con los demás encontraremos ocasiones
de mortificar nuestro egoísmo y de contribuir a crear un clima más grato
en nuestro entorno. «Y la mejor mortificación es la que combate —en pequeños
detalles, durante todo el día—, la concupiscencia de la carne, la
concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida. Mortificaciones que no
mortifiquen a los demás, que nos vuelvan más delicados, más comprensivos, más
abiertos a todos. Tú no serás mortificado si eres susceptible, si estás
pendiente sólo de tus egoísmos, si avasallas a los otros, si no sabes privarte
de lo superfluo y, a veces, de lo necesario; si te entristeces, cuando las
cosas no salen según las habías previsto. En cambio, eres mortificado si sabes
hacerte todo para todos, para ganar a todos (1 Cor 9, 22)» 12.
Cada uno debe hacerse un plan concreto de mortificaciones que ofrecer al Señor
diariamente en esta Cuaresma.
III. No podemos dejar pasar este día sin fomentar en nuestra alma
un deseo profundo y eficaz de volver una vez más, como el hijo pródigo, para
estar más cerca del Señor. San Pablo, en la segunda lectura de la Misa, nos
dice que éste es un tiempo excelente que debemos aprovechar para una
conversión: Os exhortamos, dice, a no echar en saco
roto la gracia de Dios (...). Mirad: ahora es el tiempo de la gracia; ahora es
el día de la salvación 13. Y el Señor nos repite a
cada uno, en la intimidad del corazón: Convertíos. Volved a Mí de todo
corazón.
Ahora se nos presenta un
tiempo en el cual este recomenzar de nuevo en Cristo va a estar sostenido por
una particular gracia de Dios, propia del tiempo litúrgico que hemos
comenzado. Por eso, el mensaje de la Cuaresma está lleno de alegría y de
esperanza, aunque sea un mensaje de penitencia y de mortificación.
«Cuando uno de nosotros reconoce
que está triste, debe pensar: es que no estoy suficientemente cerca de Cristo.
Cuando uno de nosotros reconoce en su vida, por ejemplo, la inclinación al mal humor, al mal genio, tiene que pensar eso; no
echar la culpa a las cosas de alrededor, que es una manera de equivocarnos, es una manera de desorientar la búsqueda» 14. A
veces, cierta apatía o tristeza espiritual puede estar motivada por el
cansancio, por la enfermedad..., pero más frecuentemente se fragua por la
falta de generosidad en lo que el Señor nos pide, en la poca lucha por
mortificar los sentidos, en no preocuparse por los demás. En definitiva, por un
estado de tibieza.
Junto a Cristo encontramos siempre el remedio a una posible
tibieza y las fuerzas para vencer en aquellos defectos que de otra manera nos
resultarían insuperables. «Cuando
alguien diga: `Yo tengo una pereza irremediable, yo no soy tenaz, yo no puedo
terminar las cosas que emprendo', debería pensar (hoy): `Yo no estoy lo
suficientemente cerca de Cristo'.
»Por eso, aquello que cada uno de nosotros reconozca en su vida
como defecto, como dolencia, debería ser inmediatamente referido a este examen
íntimo y directo: `No tengo yo
perseverancia, no estoy cerca de Cristo; no tengo alegría, no estoy cerca de
Cristo'. Voy a dejar ya de pensar que la culpa es del trabajo, que la culpa
es de la familia, de los padres o de los hijos... No. La culpa íntima es de que
yo no estoy cerca de Cristo. Y Cristo me está diciendo: ¡Vuélvete! Volveos a Mí de todo corazón!'.
»(...) Tiempo para que cada uno se sienta urgido por
Jesucristo. Para que los que alguna vez nos sentimos inclinados a aplazar esta
decisión sepamos que ha llegado el momento. Para que los que tengan pesimismo,
pensando que sus defectos no tienen remedio, sepan que ha llegado el momento.
Comienza la Cuaresma; mirémosla como un
tiempo de cambio y de esperanza» 15.
1. Cfr. CONO. VAT. 11, Const. Sacrosanctum
Concilium, 109. — 2 Joel 2, 12. 3 Gén
3, 19. — 4 J. LECLERQ, Siguiendo el año litúrgico, Madrid
1957, p. 117.— 5 JUAN PABLO 11, Homilía Miércoles de
Ceniza, 28-1I-1979. — 6 Cfr. Mt 6, 24.
— 7 Ez 36, 31-32. — 6 JUAN PABLO II,
Carta Novo incipiente, 8-IV-1979. — 9 SAN
FRANCISCO DE SALES, Sermón sobre el ayuno. — 10 SAN
LEÓN MAGNO, Liturgia de las Horas. Segunda lectura del Jueves después
de Ceniza. — tl SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico
espiritual, 3, 3. — 12 J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es
Cristo que pasa, 9. — 13 Segunda lectura de la Misa. 2 Cor 5,
20-6, 2. — IJ A. Me GARCÍA DORRONSORO, Tiempo para
creer, p. 118. 15 Ibídem.
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