Muchas son las personas que, por su manera de vivir, de pensar y de sentir, (opuestas a lo que la Iglesia proclama como lo que lleva a la verdadera felicidad), se sienten marginadas, insultadas, rechazadas e incluso odiadas por los que formamos parte de ella.
Muchas son también, las que habiéndose
llegado a sentir en un profundo sufrimiento del que no sabían como
salir, al agarrar la fe católica, han encontrado ese Amor verdadero que les llena las ansias del corazón. Ya lo expresaba S. Agustín en sus Confesiones: «nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». Este
hombre, al igual que muchos hoy día, buscó la felicidad en todos los
placeres de su época, carnales o culturales, pero tan sólo la halló al
encontrarse con Dios mismo en su propia vida.
Siento, de veras, que la Iglesia suscite,
en algunos, expresiones como: estar formada por demonios, pedófilos,
pederastas, ladrones, fomentar el odio, tener una doble moral, ser una
farisea, retrógrada… pero sí, la verdad es que está formada por eso y
por un largo etcétera, pues la Iglesia está formada por pecadores,
sí, hombres y mujeres que reconocen que tienen debilidades y pecados,
pero que, precisamente por estar en la Iglesia, saben que el único que
puede sacarles del abismo, soledad y tristeza que eso les provoca, es
Cristo. De hecho, Dios mismo hecho hombre, no vino al mundo a pasearse,
sino que lo hizo con una única misión: Morir para dar la salvación a
todos los hombres, ¡a todos!. Pero salvarles, ¿de qué?, pues de esos
pecados: lo que nos impide ser felices plenamente.
El problema es que hoy en día ni se tiene
conciencia de pecado, ni se aspira a ser más feliz que lo que nos
otorga una satisfacción más o menos momentánea y que tarde o temprano
pasa. No, eso no es la felicidad verdadera que nos regala Cristo, esta
es para siempre.
Pecado, dicho de una
manera sencilla, es todo aquello que conduce nuestro ser a un vacío y
sinsentido que se traduce en malestar, inquietud, tristeza… esos
vaivenes de sentimientos que le dan a uno de vez en cuando: ¿por qué hoy
me siento tan mal, tan apenado en mi interior?, pues por eso, por la
falta de reconciliación que nos borre los pecados. Pero ¿qué nos conduce
a esa sensación? Algunos aún piensan que si no roban y no matan, pues
que son buenos, no tienen pecados. Pero no, la realidad es más simple:
ya sólo el hecho de hablar o pensar mal de otro, te conduce hacia el
pecado, estás juzgando y, por lo tanto, no lo estás amando como es.
Entonces, ¿qué es pecado?, pues yo diría que todo aquello que te aleja
del Amor, ¿y no es Dios Amor?, pues sí, todo lo que nos separa del Amor de Dios nos lleva al pecado: a la muerte ontológica de nuestro ser que está hecho para amar.
Pero claro, como ya sabemos, la Iglesia
está hecha de personas, no de ladrillos inertes, y éstas son de carne y
hueso, no de cemento, y es por ello, por lo que estas personas, como he
dicho antes, se equivocan, toman actitudes y caminos erróneos, cometen
muchas equivocaciones, pecan, al fin y al cabo.
Parte de esta Iglesia, que quizás ha
malinterpretado el sentido profundo del Mensaje que proclama, pueda ser
la que hace sentir a grupos de personas, violentados y odiados por ella,
pues no lo niego, en la viña del Señor hay de todo. Pero esta postura
no es la que la Iglesia defiende, ya que ella ama y respeta a todos, por
la propia dignidad humana que cada ser humano posee que le hace único y
diferente, a imagen de su Creador. La verdadera Iglesia, (no un grupo
de personas), tan solo busca la felicidad, no quiere fomentar la
homofobia, el odio, no busca el poder, las riquezas, la venganza o la
discriminación, su meta no consiste en juzgar al que considera que está
actuando en consecuencia del mal, ¿qué conseguiría con eso?.
La verdadera Iglesia católica respeta y ama a todos por igual.
Cristo amó a todos, especialmente a los más necesitados, y por esto
precisamente, la Iglesia sabe que hay personas muy necesitadas de
socorro porque su vida se ha convertido en un infierno. Con esto no está
queriendo decir que todos los que vivan separados de lo que es
proclamado por el Magisterio de la Iglesia católica,
estén en un infierno. Pero sí es consciente de que hay muchas personas
que se levantan por la mañana sin ganas de vivir, sin un sentido que
les empuje a seguir para adelante, ¿qué puede tener de malo que la
Iglesia les diga a estas personas que pueden encontrar la felicidad
plena, real y maravillosamente infinita?. La Iglesia no se dedica a ir
anunciando el infierno y la condenación, pero, la verdad es que sí que
existe el infierno (de hecho muchas personas ya viven en él), y es por
ello por lo que Cristo vino al mundo: para mostrarnos el camino hacia el
Cielo.
Dios nos juzgará a todos por nuestras obras, ¿y qué obras son estas?, las del Amor: en la medida en que amemos seremos juzgados. Porque sin amor no tengo nada,
no soy nada, aunque tuviera plenitud de fe y repartiera todos mis
bienes a los pobres. Y amar no es querer mucho a alguien (también se
puede querer mucho a una mascota), el amor no es el afecto, cariño,
placer o sexo que comparto con alguien, va mucho más allá de lo que en
nuestras fuerzas podamos aceptar o hacer, pues el amor todo lo cree,
todo lo excusa, soporta todo y no tienen en cuenta el mal.
El Reino de Dios que Cristo proclama, no excluye a nadie, el Cielo ya está abierto y es gratuito, para el que quiera, libremente, entrar en él.
Beatriz Montes Ferrer
Beatriz Montes Ferrer
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