El mes primero, la comunidad entera de los hijos de
Israel llegó al desierto de Sin, y el pueblo se instaló en Cades. Allí murió
María y allí la enterraron.
Entonces le faltó agua al pueblo, y amotinándose
contra Moisés y Aarón, les dijeron: “¡Ojalá hubiéramos muerto en la paz del
Señor, como nuestros hermanos! ¿Por qué han traído a la comunidad del Señor a
este desierto, para que muramos en él nosotros y nuestro ganado? ¿Por qué nos
han sacado de Egipto, para traernos a este horrible sitio, que no se puede
cultivar, que no tiene higueras ni viñas ni granados, ni siquiera agua para
beber?”
Moisés y Aarón se apartaron de la comunidad, se
dirigieron a la tienda de la reunión y ahí se postraron rostro en tierra. La
gloria del Señor se les apareció y el Señor le dijo a Moisés: “Toma la vara;
reúne, con tu hermano Aarón, a la asamblea, y en presencia de ellos ordena a la
roca que dé agua, y sacarás agua de la roca, para darles de beber a ellos y a
sus ganados”.
Moisés tomó la vara, que estaba colocada en la
presencia del Señor, como él se lo había ordenado, y con la ayuda de Aarón,
convocó a la comunidad delante de la roca y les dijo: “Escúchenme, rebeldes.
¿Creen que podemos hacer brotar agua de esta roca para ustedes?” Moisés alzó el
brazo y golpeó dos veces la roca con la vara y brotó agua tan abundante, que
bebió toda la multitud y su ganado.
El Señor les dijo luego a Moisés y Aarón: “Por no
haber confiado en mí, por no haber reconocido mi santidad en presencia de los
hijos de Israel, no harán entrar a esta comunidad en la tierra que les he
prometido”.
Ésta es la fuente de Meribá (es decir, de la
Discusión), donde los hijos de Israel protestaron contra el Señor y donde él
les dio una prueba de su santidad.
Salmo responsorial: Salmo 94,
1-2. 6-7. 8-9 (R.: 8)
R. Ojalá escuchéis
hoy la voz del Señor:
«No endurezcáis vuestro corazón».
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándoles gracias,
aclamándolo con cantos. R.
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía. R.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras».
EVANGELIO DEL
DÍA
Evangelio según Mateo 16, 13-23
En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de
Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente
que es el Hijo del hombre?” Ellos le respondieron: “Unos dicen que eres Juan el
Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas”. Luego
les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Simón Pedro tomó la palabra
y le dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.Jesús le dijo entonces:
“¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún
hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres
Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán
sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en
la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará
desatado en el cielo”. Y les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que
él era el Mesías.A partir de entonces, comenzó Jesús a anunciar a sus
discípulos que tenía que ir a Jerusalén para padecer allí mucho de parte de los
ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que tenía que ser
condenado a muerte y resucitar al tercer día.Pedro se lo llevó aparte y trató
de disuadirlo, diciéndole: “No lo permita Dios, Señor. Eso no te puede suceder
a ti”. Pero Jesús se volvió a Pedro y le dijo: “¡Apártate de mí, Satanás, y no
intentes hacerme tropezar en mi camino, porque tu modo de pensar no es el de
Dios, sino el de los hombres!”
PALABRAS DEL SANTO PADRE
La Iglesia siempre necesita ser reformada, reparada.
Nosotros ciertamente no nos sentimos rocas, sino solo pequeñas piedras. Aún
así, ninguna pequeña piedra es inútil. […] Cada uno de nosotros es una pequeña
piedra, pero en las manos de Jesús participa en la construcción de la Iglesia.
Y todos nosotros, aunque seamos pequeños, hemos sido convertidos en «piedras
vivas», porque cuando Jesús toma en la mano su piedra, la hace suya, la hace
viva, llena de vida, llena de vida del Espíritu Santo, llena de vida de su
amor, y así tenemos un lugar y una misión en la Iglesia: esta es comunidad de
vida, hecha de muchísimas piedras, todas diferentes, que forman un único
edificio caracterizado por la fraternidad y la comunión. ÁNGELUS 27
de agosto de 2017
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