Fri, 14 Dec 2012 15:54:00
Por
amor a Dios y a su Iglesia muchas familias han dejado todo y se han ido
a predicar el Evangelio a los lugares más recónditos del mundo: desde
Siberia a las favelas de Brasil. Desde las ciudades más secularizadas
del norte de Europa a la África profunda. Todo por gratitud a Cristo,
que ha cambiado sus vidas. Este es el caso también de la familia
Atienza, de Madrid, que fue enviada por el Papa Benedicto XVI en 2006 a
un lugar muy complicado de situar en el mapa: una pequeña isla en la
Micronesia.